Ya sabemos que Córdoba fue la cuna del saber, del pensamiento y de los mayores avances en cuanto a conocimientos médicos y científicos se refiere. Aquí nacieron grandes figuras que destacaron en esos campos, también vinieron de otras provincias y desarrollaron todo su potencial tanto en época romana como en el periodo andalusí y si tratamos de recordar algunas de esas personalidades, casi todo el mundo coincide en nombrar a Séneca, Lucano, Albucasis, Hasday ibn Shaprut, Averroes o Maimónides, por ejemplo. Hasta ahí todo perfecto, pero en Córdoba también se desarrolló un grandísimo campo artístico en torno a la arquitectura y su decoración (sobre todo durante el califato omeya) que por desgracia no nos dejó muchos nombres de autores. Estas obras de gran belleza no tardaron mucho tiempo en traspasar fronteras, llegando a decorar otras grandes ciudades como Bagdad, Damasco o Al-Fustat, influenciando otras culturas o incluso fusionándose con aquellas y enriqueciéndolas más aún.
Dentro de ese maravilloso mundo de las artes decorativas encontramos un elemento que emerge en los primeros años del califato de Abd al-Rahman III (siglo X) y que decoró los más ricos espacios y habitaciones del califa y de los altos mandatarios, así como edificios públicos y religiosos. Este elemento es la decoración con atauriques, la cual, alcanza con el califa Al-Hakan II su máximo esplendor.
Técnicamente, el ataurique es un motivo decorativo basado en formas vegetales estilizadas realizadas sobre material duro, (mármol o piedra arenisca son las más típicas, aunque también se aplica sobre marfil) que se adosan y extienden por zócalos, muros, dovelas de arcos y frisos hasta la altura de los techos, cubriéndolo todo con un maravilloso entramado de tallos, hojas, flores y frutos. Básicamente es la representación de un jardín, pero no de un jardín cualquiera, sino que es el jardín del Paraíso. Según el Islam, el Paraíso es un gran jardín donde la sombra, la vegetación y el agua tienen un papel esencial. Las especies arbóreas son interminables y sus frutos son cambiantes de formas y sabores aunque procedan de un mismo árbol. El agua corre por manantiales y ríos que riegan y fecundan las tierras, formadas por piedras preciosas, oro y plata, perlas y zafiros. Esos ríos a su paso por el interior del jardín se convertían en agua, miel, vino y leche, y cuando salían del mismo se transformaban de nuevo en agua.
Al plasmar esas formas vegetales en los atauriques no se hace otra cosa más que reproducir el Paraíso en esas salas, fachadas y habitaciones. Se dignifica el espacio arquitectónico al introducir el Paraíso en ellos mismos. El mejor lugar donde podemos contemplar un ejemplo de los atauriques, tanto de su técnica como de su simbología, es en la ciudad califal de Medina Azahara. En el conjunto arqueológico se pudo restaurar, y aún hoy se sigue restaurando, uno de los salones donde esta decoración se expande por todo su interior (y presumiblemente también por el exterior), el Salón Rico o Salón de Abd al-Rahman III.
El interior del salón está cubierto por magníficos paneles de atauriques que se extienden desde el suelo hasta el techo, conformando una piel sobre los muros. En esos paneles el elemento más identificable es una forma vegetal formada por un tronco central del que nacen ramas que se extienden y enroscan, con hojas, flores y frutos, guardando una aparente simetría; se muestra un “árbol de la vida”. En la zona superior, enmarcando los arcos (alfiz) y pegada al techo, la decoración cambia de vegetal a geométrica, desplegando una amplia variedad de formas, desde las de damero de ajedrez a las grecas de influencia clásica pasando por formas simples de triángulos, octógonos y estrellas de seis y ocho puntas. A estas formas también se le aplica el nombre de atauriques, aunque técnicamente no lo sean.
Pero los atauriques del Salón Rico son ricos no solo por la decoración y por la opulencia que llegaron a tener y mostrar a las embajadas e invitados del califa, sino que además alcanzan un nivel superior de simbología, ya que no sólo son la representación del Paraíso en la tierra sino que ofrecen otro mensaje, en este caso, político. Se ha interpretado el uso preferente de un motivo en concreto, la palmeta, como una representación de la dinastía omeya como legítima sucesora del profeta Mahoma. Así, cuando estas embajadas eran recibidas en este espacio, sin decir ni una palabra, quedaba patente un claro mensaje, el poder absoluto y legítimo de los Omeyas.
Por desgracia, los atauriques de Medina Azahara se encuentran completamente fragmentados, ya que durante los años (siglos más bien) de expolio que sufrió la ciudad califal, estos bellísimos elementos fueron arrancados de sus ubicaciones para poder desmotar los muros y aprovechar los sillares para otras construcciones. Hoy se encuentran inmersos en un grandísimo proyecto para su recomposición y restitución que nos podrá acercar a la imagen que tuvieron una vez durante el esplendor de los Omeyas en Al-Andalus.