Son pocas las personas que saben que los patrones de la ciudad de Córdoba son San Acisclo y Santa Victoria, la fama y gran devoción de San Rafael los eclipsa, pero es así, el arcángel San Rafael es el custodio. La festividad de los patrones se celebra en Córdoba el 17 de noviembre, y curiosamente este día vuelve a ser menos celebrado ya que no es festivo local (a diferencia del día del custodio).
Acisclo y Victoria fueron dos hermanos que, durante el mandato de Diocleciano como emperador de Roma (finales del siglo III hasta principio del siglo IV), fueron martirizados por profesar la fe cristiana. Realmente Diocleciano impuso una tetrarquía donde, junto a Maximiano como coemperador y a Galerio y Constancio como césares, se repartieron el Imperio a partes iguales.
Una de las reformas que fueron promovidas durante este periodo fueron una serie de edictos mediante los cuales los cristianos perdían sus derechos legales y les obligaban a realizar prácticas religiosas tradicionales (mantener el culto imperial, libaciones, sacrificios de animales y oraciones de carácter público, entre otros actos). Estos edictos fueron acompañados por unas persecuciones que tomaron tal nivel que hoy en día se le conoce como “la Gran Persecución” o “la Era de los mártires”.
Este clima de control y persecución también se dejó sentir en Córdoba, donde Dión ejercía de gobernador siguiendo las órdenes y leyes de Roma. Dión se centró especialmente en el cumplimiento de la realización de sacrificios a los dioses por lo que cuando llegó a sus oídos que dos hermanos, Victoria y Acisclo, mantenían su fe cristiana, los hizo llamar. Ante la negativa a abandonar su fe y realizar estos sacrificios paganos, fueron encarcelados y posteriormente sometidos a varias torturas. Fueron azotados para que el dolor les hiciera renegar de Jesús, pero ante la negativa, los mandó quemar en un horno. Una vez dentro del fuego se escuchaban sus plegarias y rezos a Dios, enfureciendo aún más a Dión. Seguidamente ordenó que fueran atados a grandes rocas y arrojados al río, pero salieron a flote gracias a las manos de una Gloria de ángeles. El gobernador no sabía que más hacerles para que abrazaran la fe pagana, y en su intento ordenó que fueran atados a ruedas, rociados con aceite y quemados, pero el aceite ardiendo les resbalaba de la piel quemando a todos los soldados infieles que estaban presentes, resultando ilesos ellos dos. Por último, Dión tomó la decisión de cortarle los pechos y la lengua a Victoria para terminar asaeteando su cuerpo. El alma de Victoria fue recogida por una Gloria celestial, no sin antes dejar ciego a Dión con un trozo de su lengua cortada.
Acisclo fue degollado y su cuerpo arrojado al río, pero su ama de cría, recogió ambos cuerpos y les dio digna sepultura cerca del río, lugar donde se vivieron varios milagros.
En ese lugar, según San Eulogio, se levantó una basílica donde se veneraba a estos mártires, y donde fueron depositados los restos de otros cristianos que recibieron martirio durante el periodo de gobierno musulmán (tanto emiral como califal).
Para que los restos no fueran profanados durante la ocupación almohade, fueron trasladados a la actual basílica de San Pedro. Intentando que allí estuvieran más protegidos, los restos de muchos de ellos fueron escondidos en uno de los pilares. La urna con estos restos apareció durante las obras de consolidación del edificio en 1575, comenzando una oleada de fervor que hizo que el número de las reliquias fuera mermando, ya que desde muchas partes del país se solicitaban reliquias de los santos.
La Iglesia tiene reconocidos 6 mártires de época hispano-romana y 51 mozárabes (martirizados durante los gobiernos de Abd al-Rahman II, Mohammad I y Abd al-Rahman III). Curiosamente, en los estudios realizados en 1997 sobre los restos que guarda el Arca de los Mártires, se sacó la conclusión de que allí guardan reposo restos de 32 personas, y como dice el mismo autor del estudio, Ángel Fernández Dueñas, “ni son todos los que están, ni están todos los que son”.