San Jerónimo de Valparaíso

 

Siempre que realizamos visitas guiadas al conjunto arqueológico de Madinat Al-Zahra, la ciudad califal, hay una pregunta que se repite: ¿Qué es ese edificio de la sierra?, y es que es algo que llama la atención por su tamaño y por su ubicación dominante en medio de la falda de Sierra Morena. Lógicamente, esa pregunta no se queda sin responder, y aquí vamos a intentar dar una respuesta más extensa y detallada de lo que es y de lo que fue ese magnífico edificio que nos saluda desde la sierra.

Ese edificio que nos observa  desde ese lugar estratégico, es el antiguo monasterio de San Jerónimo de Valparaíso. El monasterio fue levantado por esta orden gracias a la donación de los terrenos de Doña Inés de Pontevedra (viuda del Alcaide de los Donceles).  El origen de la orden lo encontramos en fray Vasco de Sousa, fraile portugués anacoreta, que tomó a San Jerónimo y su forma de vida basada en la oración y la penitencia, como ejemplo a seguir. A fray Vasco se unieron otros frailes y algunos nobles que abandonaron la vida en la corte, juntos formaron una congregación que siguió la regla de San Agustín, ya que San Jerónimo no dejó ninguna escrita. Después de un tiempo de observación de la vida monacal en Florencia, la orden estaba lista para asentarse en la Península. Se abrieron monasterios en casi toda la Península a falta sólo de “la Bética”.

Fray Vasco de Sousa envió a un fraile de su confianza a Córdoba para que iniciara las conversaciones con el obispo, que por aquel entonces era D. Fernando González Deza. Él lo envió ante Doña Inés de Pontevedra, dama con mucha influencia y terrenos, y aquí se obró el milagro. Cuando el fraile llegó a la residencia de Doña Inés, ésta se encontraba con su pequeño nieto que llevaba mal varios días. Al entrar el fraile en la habitación donde estaban ambos, el pequeño comenzó a recuperarse, tomando esto como una señal divina y haciendo pues que  Doña Inés ayudara a los frailes.  Les ofreció sus terrenos, siendo elegidos los que se encontraban en la zona cercana a “Córdoba la vieja”, por ser la más apartada y adecuada para la vida en oración y el retiro. En el contrato, los monjes se comprometían a dar sepultura a los descendientes directos de los fundadores de la capilla mayor del monasterio que fueron los descendientes de D. Diego Fernández de Córdoba y Doña Inés Martínez de Pontevedra (ambas familias con lazos que los unían a la nobleza y realeza), hecho que resultó como un imán para otros nobles que dejaban sus herencias al monasterio con el consiguiente favor de recibir allí sepultura, por lo que al tiempo, el monasterio reunió una gran cantidad de terrenos y bienes, convirtiéndose en la congregación con más posesiones de la ciudad.

En un principio, fray Vasco de Sousa levantó una pequeña iglesia, cerca de unas ermitas, y un dormitorio, mucho más cercano al concepto de vida eremítica que el gran monasterio que se levantó posteriormente.

El aspecto del monasterio que hoy podemos ver, es el resultado de varias modificaciones realizadas en distintas épocas. La iglesia, por ejemplo, tiene una reforma del siglo XVI que afecta a la fachada (aunque se volvieron a colocar las molduras y arco de traza gótica de la fachada anterior) y otra interior del siglo XVIII, en la que se rehacen las bóvedas sobre pechinas y la cúpula del altar mayor. Se sabe que el retablo mayor fue realizado por el pintor Alejo Fernández, y por su hermano Jorge, que era escultor. Aunque se desconoce el paradero del retablo, se cree que algunas de sus esculturas son las que están en el convento de Santa Marta. Las capillas interiores de la iglesia fueron reformadas también durante el siglo XVIII con estética barroca. El claustro mayor cuenta con una doble galería porticada, la inferior con arcos apuntados y la superior con arcos de medio punto y antepecho calado de estilo flamígero, lo que nos habla de una mezcla de estilos resultante de la construcción en diferentes épocas (siglo XV y siglo XVI). En torno a este claustro superior se desarrollan las celdas individuales de los frailes.

Otros espacios que se conservan con su arquitectura original son la Sala Capitular, la celda del prior, la sala de profundis y el refectorio, el patio de los novicios… Curiosamente, en éste último patio, hoy en día se puede contemplar una réplica del famoso cervatillo de Medina Azahara, ejemplo de los elegantes surtidores con los que eran decoradas las fuentes de esta antigua ciudad califal. El cervatillo original seguramente llegó al monasterio junto a más materiales constructivos y decorativos aprovechados de las ruinas de la ciudad, ya que existieron una serie de ordenanzas desde el siglo XV que permitían a “cualquier vecino disponer de los sillares de edificios en ruinas”.

Lo que desde lejos llama la atención de este gran edificio es la fachada sur, ya que presenta una unidad estética de grandes contrafuertes conectados con arcos a los que se abren las ventanas de algunas celdas y otras salas y que de esta forma, enmascaran el gran muro de contención que soporta las fuerzas de empuje de todo el edificio. Curiosamente, nos recuerda a la fachada sur de la Mezquita-Catedral, ¿verdad?

Además de todos estos datos históricos, personajes y ampliaciones, el monasterio cuenta con una serie de curiosidades, como por ejemplo, que  fue usado en varias ocasiones como lugar de descanso de la reina Isabel la Católica, quien donó una arqueta de marfil con incrustaciones a modo de agradecimiento por la hospitalidad de los monjes. Además, el monasterio consiguió reunir un gran número de libros, publicaciones, incunables y manuscritos de incalculable valor, llegando a ser la biblioteca más numerosa de toda la provincia. Desgraciadamente, tras la exclaustración la mayoría se fue perdiendo, y hoy solamente se conservan seis en la Biblioteca Provincial, dos cantorales en el convento de Santa Marta y otros dos en la Catedral.  La misma “suerte” corrieron las grandes obras de arte que llegó a reunir el cenobio, entre los que se llegaron a documentar una obra de Zurbarán, varias de Antonio del Castillo, de Antonio Acisclo Palomino o Alejo Fernández, entre otros.

La orden jerónima estuvo habitando este monasterio hasta la Desamortización de Mendizábal de 1835, en la cual se establecía la abolición de conventos y monasterios y de todas sus posesiones. Tras varios intentos de instalar en este edificio un hospital para enfermos de cólera y posteriormente proyectar un psiquiátrico, el monasterio es vendido en subasta pública y adquirido por la marquesa viuda de Guadalcázar en 1871. Esta propietaria no mostró nunca interés por mantener y conservar el edificio, por lo que en 1912 lo vende al  Marqués del Mérito. Gracias a él y a sus descendientes, este edificio se conserva en bastante buen estado.  Ahora sólo falta que alguna entidad, pública o privada, decida ponerlo en valor y abrirlo a las visitas, ya que la actual marquesa del Mérito, nunca ha puesto trabas en este aspecto. Las únicas visitas que se realizan a este maravilloso edificio, están organizadas gracias al conjunto arqueológico de Medina Azahara y a la asociación de amigos de Medina Azahara, pero cómo es lógico, las pocas plazas que anualmente se ofertan, son cubiertas a los pocos minutos de iniciarse el plazo para su solicitud.

 

 

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